Un pelirrojo más en Dublín

¡¡¡FELIZ SAN PATRICIO!!!


*** Estuve en Dublín en febrero de 2009 y, la verdad, entre el tiempo, mi cabeza de alcornoque y la cerveza Guiness, no me acuerdo demasiado de aquello. Deciros que fueron mi amigo Chemita y unos colegas suyos los que me llevaron a la capital de Irlanda. Allí, la verdad sea dicha, se hincharon a hacerme fotos, desde el avión, al hotel, el día, la noche, la ciudad... y, por supuesto, la fábrica de Guiness, faltaría más. Podéis ver mis fotos en facebook.
Luego volví para allá el año pasado con mi amiga Esther, y ella es la que ha escrito esta historia. Gracias Esther.***
 
El frío y el cielo gris no fue, ni mucho menos, un impedimento para viajar a la capital irlandesa. La amenaza constante de lluvia no resta afluencia en las calles de Dublín que se animan cuando cae la tarde.
Sus pubs son el mayor patrimonio para los amantes de la cerveza. En más de una ocasión me dejé caer por una de las zonas más frecuentadas de la ciudad, el Temple Bar. No hay excusa si eres turista. Casi de obligado cumplimiento es ir a este barrio,  uno de los más concurridos de Dublín, al sur del río Liffey.
 
No hace falta una cuenta corriente holgada ni mucho más de un fin de semana para ver la ciudad e incluso sacar un rato para quedar con amigos españoles que residen allí. Ellos, cual guías andantes, nos llevaron hasta los lugares de máximo  interés  como la cárcel de Kilmainham, donde fusilaron a muchos personajes implicados en la lucha por la independencia, las catedrales de Christ Church y San Patricio, su patrón.

Son las dos iglesias más importantes de Dublín. Un paseo por O'Connell Street y Grafton Street, con alguna que otra compra, y camino de Trinity College, una de las universidades más antiguas del mundo.


Visitamos la Guinness Storehouse, enfocada principalmente al turismo y que tiene un bar en las alturas con grandes vistas a la ciudad. La entrada es un poco cara aunque con carné de prensa no hay que pagar por ver esta fábrica donde eché de menos que se exhibiera un proceso más práctico de la elaboración de la cerveza y de más tanto panel explicativo.

Visitamos el castillo de Dublín y su patio interior y el Ayuntamiento. Aunque fueron pocos días, tuvimos tiempo de hacer una excursion hasta otro lugar imprescindible como son los acantilados de Howth. Una media hora en autobús en los que tanto el recorrido como la meta valen la pena. Suerte si en este caso cuentas con un día soleado.
Cuna de prestigiosas figuras de la literatura, Dublín nos lo recuerda a cada paso. Por ejemplo, Jonathan Swift, autor de Los Viajes de Gulliver, yace en la catedral de San Patricio. Oscar Wilde y James Joyce también, como se suele decir y salvando distancias, colocaron a Dublín en un mapa.
Y si de música se trata, seguro que como a mí te encargan una foto en la entrada del hotel de Bono. Será así cuando te enteres de esta curiosidad de la vida del líder de U2. Como inevitable es que en este viaje no tararees algo de los Corrs.
Puede que lo hagas mientras cruzas el puente histórico  Ha'penny Bridge, el gran símbolo de Dublín. Tanto o más fotografiada es la estatua de Molly Malone, otra insignia de Irlanda. Por si alguien aún no lo sabe, es la protagonista de una canción popular y decían que era tendera de día y prostituta de noche. Cuidado porque dicen que su espíritu pasea por las calles de la ciudad.
En definitiva, Dublín no es un imprescindible si tú interés es patrimonial y cultural. Pero sí es un básico si se busca calle, ambiente y una pinta en la mano. Y ¡está plagada de pelirrojos! He viajado por medio mundo y por primera vez no he desentonado. Si te encuentras por Dublín estos días, estás de enhorabuena porque el 17 de marzo Irlanda celebra San Patricio. Si no, tranquilos, porque es una de las últimas  fiestas que España está haciendo cada vez más suya.  ¡Hasta pronto!  



Nuestra cerveza del día, adivinad: la Guinness. Se trata de una stout muy normalita, pero que casi es el símbolo, bueno, sin el casi, de Irlanda. Ni se os ocurra pedir por allí una cerveza negra para referidos a la Guinness.







Segovia

Hace siglos que mis amigos de la aldea gala de Armórica, Astérix y Obélix, no me invitan a comer jabalí. Así que cuando unos colegas me preguntaron si quería ir con ellos a comer cochinillo a Segovia, no lo dudé ni un segundo. Y, la verdad, no me arrepiento en lo más mínimo, porque el porcino animal estaba para chuparse los muñones.
Nos decidimos al final por un restaurante justo al lado del acueducto, que se llama Amado. El servicio y el cochino, estaban de lujo. Lo que no me moló fue los casi ocho euros que nos cobraron de pan.
Depués de este viaje relámpago a Segovia, he decidido que tengo que volver con más tiempo. Me encantó este precioso lugar comunero. Su catedral y su alcázar son la caña. Por no hablar de las muchas y muy cuidadas iglesias que te encuentras por cualquier rincón. Definitivamente, quiero un fin de semana para verlo todo por dentro.
Apenas me dió tiempo a ver el acueducto de día y noche, recorrer un poco las calles, dejarme sorprender por la catedral y maravillarme con la vista nocturna del Alcázar. Me llamó la atención el museo de brujería, aunque me han contado que está cerrado.
Cómo se nota la crisis, porque los recuerdos estaban a bastante buen precio.
Por cierto, que no pude hacer una foto, porque me llevaron en coche, pero me encantó la vista frontal del alcázar. Mis hábiles y expresivos ojitos descubrieron que puedes bajar andando por una senda peatonal preciosa desde el acueducto.
Me lo apunto también.


En este caso, no voy a recomendar una cerveza, sino un vino que nos gustó, el Valduero.



Puedes ver más fotos mías, muchas más, en Segovia, en mi Facebook, en http://www.facebook.com/album.php?aid=8846&id=1628367283&ref=mf
y en Picassa, http://picasaweb.google.com/Dikaios2/20071003Segovia?feat=directlink

Jerusalem

De Nacido para viajar

Otra duda más: eso de que haya tres dioses únicos... ¿tiene que ver con la trinidad? Será que sólo soy una marioneta que no llega a los dos años, pero no me entero yo del tema ese de la religión. Creo que si fuera persona, igual era atea -tiita Marta la rubia me quiere convencer para que también sea republicano, pero como no sé lo que es eso, he decidido esperarme a ser mayor y enterder esas cosas-.
En fin, que mi viaje por Israel acabó en Jerusalem, una ciudad que dicen que es tres veces santa, y por la que se dan tortas muchos hombres santos inspirados por la bondad divina. Y para golpes, jejeje, los que se daban mis amigos de los tirabuzones contra un muro -eso sí, chicas por un lado, chicos por otro, y marionetas no sé por donde-. Tiito Rome apenas me sacó del bolso allí, porque yo me reía mucho, y decían que era una falta de respeto.
El Muro de las Lamentaciones es lo que resta del segundo templo de Jerusalén. Y si es sagrado para los judíos, no menos lo es la Iglesia del Santo Sepulcro para los cristianos o la mezquita de Al Aksa para los árabes, puesto que desde estos lugares, al parecer, subieron dos dioses al cielo -si es que quién les manda bajar-. Yo intenté saltar, pero mis cortas patitas no sirvieron de nada.
Tampoco me dejó tiito Rome mucho tiempo para disfrutar de las piscina de Bethesda -que tiene 2700 años-. El problema es que no tienen agua, y sí una caída de veinte metros. Yo me asumé a la barandilla, porque soy muy valiente, pero mi tiito estaba histérico.
De una muy rápida visita por Jerusalem me quedo con las vistas de la ciudad, tan parecidas a las de Toledo desde el Valle. ¿No os llama la atención la cúpula dorada de la Gran Mezquita? Asombroso, realmente. Mis amigos me habían recomendado ir al Pub El Calvario, pero tiito Rome no me dejó verlo porque no teníamos tiempo, y además me dijo que era un lugar muuy caro, donde te clavan.

Mar Muerto


Cuando el tiito Rome me llevó al Mar Muerto, me asaltaron las dudas: ¿Por qué flotaban las personas? ¿Por qué, si allí todo estaba muerto, tenían tantas ganas de bañarse? ¿Y por qué tampoco me dejaron meterme en el Mar Muerto si floto más que las personas?
Bueno, según me explicaron unos señores muy colorados que allí había -hablaban raro, así que tenían que ser ingleses-, el Mar Muerto es en realidad un lago -otro más- en el que desemboca el río Jordán, y que separa Israel de Cisjordania y Jordania. Tiene muchas curiosidades, como que es la extensión de agua más profunda de la tierra, concretamente a 416,5 metros por debajo del mar de verdad; que el agua no tiene otra salida que la evaporación; que tiene diez veces más sal que los océanos y, en consecuencia, allí no hay vida posible; y que por su alta densidad, las personas flotáis, como yo...

Nazaret

En mi viaje por todo Israel, tiito Rome fue bueno, y en ocasiones me dejó ir delante en el autobús, junto al conductor, para que me enterara de todo. Así conocí todo el Haifa. Lo que no me dejó fue tirar de los pelos a unos señores muy graciosos que tenían tirabuzones en cabeza y barba.
En fin, uno de los sitios en los que recuerdo que paramos fue Nazaret. Todos me decían que allí es donde vivió un niño que se llamaba Jesús, y me hablaban de él como si lo tuviera que conocer.
Es un lugar con muchos santuarios e iglesias. Pero a mí me llamó la atención la basílica de la Anunciación. La construyeron en 1965 en el lugar donde los arqueólogos calculan que un ángel se apareció a la mamá del niño para decirle que iba a nacer -no existía el predictor-. Luego hay iglesias de distintas religiones, que aquí en Tierra Santa me estoy enterando que hay muchas. De hecho, al parecer, los de las distintas religiones se han pegado mucho, y por eso durante siglos han estado destruyendo y reconstruyendo esta ciudad. Soy joven y no entiendo por qué, pero prometo investigarlo.

Tiberíades

Todavía no sé cómo tiito Rome convenció a tiita Mária, pero lo cierto es que consiguió llevarme a Tierra Santa con él durante unos días. Y la experiencia no tuvo desperdicio.
Mi primera parada fue la ciudad de Tiberíades. Se trata de una ciudad santa para los judíos, fundada por el hijo de Herodes -si fuera por el padre, yo no me hubiera atrevido a ir- y llamada así en honor al emperador Tiberio.
Bueno, en realidad, yo lo que estuve vistando fue el puerto de Tiberíades, en el Mar de Galilea. Allí vi a los pescadores sacando los peces de sus barcos -seguro que tenían ayuda divina-, y me dejé seducir por la tranquilidad de un mar de agua dulce, casi sin olas, que parece un espejo y está abarrotado de peces. Es un lago enorme de veinte kilómetros, al que abastece el río Jordán, que luego sigue hasta el Mar Muerto. A mí me dieron ganas de imitar a un señor que hace dos mil años andó sobre esas aguas, pero tiito Rome no me dejó, porque era responsable y no quería enfadar a tiita Mária.
Monumentalmente, la ciudad apenas tiene nada que ver; el casco antiguo está destruido y resembrado de hoteles, y tan sólo pude ver los restos de una antigua muralla.