Go West VII: Mérida

Emérito Pumuky Viajero
Tenía yo muchas, muchas ganas de conocer Mérida, y no me decepcionó.

Emérita Agusta dona a nuestros ojos imágenes de dos mil años de antigüedad. Me encantó. Me encantó el puente romano, el teatro y el afiteatro, el circo... Rememoré aquellos primeros días míos en Roma, por el ambiente, el calor y el agobio de gente, que no fue poco, jjjjj.
...Y eso que me marché de Mérida sin ver apenas la mitad de las cosas que hubiera querido. Pero me encantó perderme y actuar, cual actor

dramático, por las gradas y el escenario de su famoso teatro.
Creo que es una ciudad para visitar con tiempo, con tres o cuatro días al menos, y, a ser posible, en primavera, cuando ni el frío, ni el calor extremeños aprieten.
Por cierto que, a pesar de que éramos miles los turístas que invadíamos la ciudad aquel día, la gente de Mérida me pareció de

lo más amable y servicial con los visitantes. Un ejemplo a seguir por otras ciudades Patrimonio, donde no se trata bien al visitante, porque, al fin y al cabo, piensan, va a seguir viniendo le hagan lo que le hagan.

Go West VI: Évora

Me dice la tiita Mária que cuando hable de Évora (no confundir con la antigua Ébora en Sanlúcar, ni con los Cinebora, en Talavera de la Reina) no me olvide de mencionar el Hotel Dom Fernando. Es precioso, te tratan bien, tiene grandes aparcamientos gratuitos en el exterior, y te devuelven gratis todo lo que te olvidas.
Sobre Évora, decir que se puede visitar al volver de Portugal, como hice yo, al ir para allá, o simplemente como base de referencia para conocer la región portuguesa del Alentejo, que tiene unos pueblos preciosos que yo me quedé con ganas de conocer.
Évora en sí es una pequeña ciudad que ha ido aglutinando obras de arte a lo largo de los tiempos. Me encantó la el templo romano de Artemisa, que conserva una docena de columnas con mármol de Estremoz. Desde la misma plaza del Conde Villa Flor puedes ver a lo lejos la impresionante silueta de la catedral romano-gótica. Sin moverte del sitio, puedes encontrar varios museos y hasta la biblioteca. También hay preciosas vistas del pueblecito con sus casas blancas.
Si andas un poco, puedes encontrar el inicio del acueducto del siglo XVI. Al pincipio, los arcos no miden más de medio metro, pero son gigantescos a la salida de la ciudad. Me llamó la atención que no dejan que los coches pasen por debajo; es que hay muchas casas construidas entre sus arcos.
Además, me gustaron la iglesia de Gracia y el convento de San Francisco (me quedé con ganas de ver la capilla dos ossos, decorada con cientos de tíbias y calaberas), que me pillaban de paso entre el hotel y la plaza de Giraldo, muy típica...
La muralla de Évora es impresionante. Lástima que la estropeen con luminosos orteras. Y fuera de la muralla, por todos lados, me sorprendió el número de aparcamientos disuasorios que existe.
En el exterior, destacar el conjunto megalítico de los Almendres, y otros pueblos del Alentejo, como Estremoz.

Go West V: Sintra

En mi corta pero intensa vida como viajante he visto muchas cosas; ciudades preciosas, enormes palacios y grandes tesoros naturales. Tengo que confesar que aún así me sorprendió mucho lo que vi en Sintra, que aglutida todo eso y mucho más. Acabo de llegar de Portugal, y me vais a perdonar que no siga el orden cronológico del viaje con esta entrada, que no empiece por el principio, para poder explicar a un tiito que se va para Portugal lo que hay en esta preciosa ciudad. Vamos, que en vez de escribírselo a él, os lo escribo ya a todos.
Antes de nada, tres consejos. Para ir a Sintra lleva calzado muy cómodo, si es posible, calzado de montaña (y si estás en forma, muuucho mejor). Que no se te olvide una linterna. Y es un lugar muy romántico si vas en pareja.
La ciudad era residencia veraniega real y foco de atracción de escritores, atraídos por su belleza y naturaleza. Allí puedes ver parques, quintas y palacios como el Real, Nacional de Sintra, da Pena, de Queluz, Montserrate, Mafra, Seteais, o Regaleira, además del convento dos Capuchinos, el castillo dos Mouros y varios museos.
Pero si vas a pasar sólo un día en la ciudad, te recomiendo lo que me recomendaron a mí: lo que más vale la pena es el interior de palacio da Pena y los jardines de Regaleira. Lo primero que llama la atención al llegar allí es el placio Real, con sus chimeneas características, que son el símbolo del lugar. Dicen que posee el mayor conjunto de azulejos mudéjares del país. Nosotros directamente pasamos de pagar por el aparcamiento y nos subimos a los dos monumentos más alejados: el castillo de los Moros y el palacio de la Pena.
Para llegar hasta allí, tienes que hacer unos kilómetros a través del bosque que son una delicia para los sentidos. Del castillo que fundaron los moros sólo quedan murallas y torreones. Merece la pena subir por las magníficas vistas de toda la región y el mar (confirmado, la tierra se ve redonda desde tan arriba). Pero hay que estar en forma.
El palacio nacional de la Pena sí merece la pena. Al margen del juego de palabras fácil, te diré que era un antiguo convento de los Jerónimos, aprovechado posteriormente como palacio por la realeza del país. Y a Fernando II se le fue la pinza, y creó un castillito de los de libros de cuentos. Ademas, está muy bonito por dentro. Los jardines son enormes, y tienen su recorrido botánico, pero no nos dio tiempo a verlos más que de pasada.
A la bajada, terminamos en San Pedro de Sintra. Allí comimos en el bar donde veíamos que se metía la gente del pueblo... Y no pudimos hacer mejor elección. Al principio, el Sol Dourado nos parecía algo cutre, y la camarera no sabía castellano. Pero no veas cómo estaba todo, en qué cantidad y a qué precio. Además, a la salida se venden antigüedades y zapatos. Hicimos unos cientos de metros en coche y lo dejamos al otro lado de un parque que merece la pena recorrerse a pie. Después, nos deleitamos con el museo de arquitectura al aire libre (si es posible allí, uno tan joven como yo se pregunta por qué todavía no lo es en Toledo), vimos por fuera el palacio Nacional y sus chimeneas, nos dio tiempo a unas compritas y nos fuimos a la Quinta da Regaleira.El lugar, con toques de locura, exotéticos y mágicos, es una belleza. Por sus extensos jardines puedes caminar sobre el agua, perderte en grutas subterráneas o bajar a lo más profundo de un pozo. Incluso, puede ser que después de mucho penar, te encuentres sin salida. Bueno, pues la hay... ¡Búscala! Al lugar todavía le falta que terminen de rehabilitarlo, pero es un jardín magnífico, por el que a uno se le da la tentación de jugar al escondite.
El palacio en sí es bonito por fuera, pero no tiene nada que reseñar por dentro, salvo el hecho de que puedes subir a la torre más alta y ver la ciudad desde arriba. Pero ten cuidado también aquí con el viento.

Go West IV: Cascais

Cascais es una bonita ciudad costera a unos veinte kilómetros de Lisboa. Existen dos formas de llegar hasta ella: por la autopista de peaje rápida o por la carretera sinuosa que recorre la cosa, huyendo del Mar de la Paja para adentrarse en el Oceano Atlántico. Evidentemente, a mí me gustó la segunda.

Cascais es tranquilidad y playa. Tiene varias calas preciosas y playas extensas de arena dorada; todo un paraíso de sol, arena y mar. También es un buen sitio para practicar windsurf, y su puerto tiene capacidad para quinientas embarcaciones.
Para comer, os recomiendo por la atención, el precio y los postres el bar O Galeâo En Cascais hay marcha incluso en invierno. A mí particularmente me gustaron sus baretos irlandeses (vale, soy un poco friky, lo reconozco). También me encantó pasear de noche de cala en cala, visitar su puerto y hasta la fortaleza defensiva que por allí existe.
Es a última hora cuando también visité la Boca del Infierno, especie de arco por el que cruza el mar. Era espectacular ver la violencia del agua a esas horas. También me llamaron la atención los pescadores, que allí estaban pacientemente.
Lo que fue una sorpresa agradable fue el mercadillo de antigüedades que encontré en la plaza del Visconde da Luz. Ya sabes, moneditas, llaves, libros y bisutería...




Cerveza del Día:
Super Bock

Go West III: Lisboa

Pumuky conquista Lisboa

La verdad es que he tardado mucho tiempo en conocer Portugal y su capital, Lisboa. Demasiado tiempo.

Lisboa es una preciosa ciudad marcada por mi querido Río Tajo, convertido ya en Mar de la Plata, y el azulejo, cerámica a la que da nombre y que la engalana en ocasiones hasta la saturación.
En dos días, me dio tiempo a ver los barrios turísticos más importantes de Lisboa, el Bajo (Baixa), el Alto, la Alfama y Belem. También me dejé seducir por el río Tajo o Tagus y sus magníficos puentes, uno de ellos de más de diez kilómetros de longitud.
El barrio Bajo es el centro financiero y comercial. Prácticamente se destruyó en el terremoto de 1755, y su reconstrucción lo fijó con calles cuadriculadas, muchas peatonales ya, con el tan típico allí adoquinado en blanco y negro. Me encantó la plaza del Comercio, tras el Arco Triunfal, con el acceso al Tajo.
Para subir al barrio Alto, exiten tranvías, o el ascensor de Santa Justa. Aunque una marioneta fuerte como yo, prefiere subir a pata, que tampoco es para tanto, y con esto de la crisis, los euros del ascensor sí pesan.
Junto a las magníficas vistas de lo alto del ascensor, podemos contemplar allí la Igreja do Carmo, que no se reconstruyó tras el terremoto, y quedó costituída como museo.
El barrio Alto es el centro de Animación nocturno, con cafés, terrazas, locales de fado y restaurantes.
Entre sus miradores, me encantó también el de San Pedro de Alcántara. En una rápida pero cansada visita tampoco puede faltar el deslumbrante parlamento y el jardín botánico.
Por cierto, que me encantó el mercado del 24 de Julho. Los domingos por la mañana venden antigüedades, sobre todo, mucha moneda portuguesa y de sus colonias.
La Alfama es el barrio más antiguo de Lisboa, que nace poco a poco, desde la dominación árabe, a los pies del Castillo de San Jorge.
Al margen de los monumentos nacionales, casas antiguas e iglesias, fue una grata sorpresa descubrir el teatro romano enterrado, que se ha convertido en Museo Arqueológico.
Escalando hacia el Castillo, no pude evitar parar en la Sé, o catedral de Lisboa.
La subida es cansada, pero con varios miradores que la amenizan. Finalmente, el Castillo tiene unas vistas imponentes, aunque me decepcionó un tanto por dentro. Casi que me gustó más el pequeño barrio con urbanismo de inspiración árabe que lo rodea.
Por cierto, para cenar, están muy bien los restaurantes de pescado junto a la Sé. Eso sí, cuidado con las especias, que algunas son muy fuertes.
Belem es el recuerdo vivo de las épocas de explendor de Lisboa, cuando era el punto de anclaje de cientos de barcos que a diario partían hacia sus colonias
A pesar de que está algo alejado del centro de la capital, merece la pena desplazarse para contemplar aquello. Por cierto, que si lo haces en coche, puedes aparcar algo más arriba del Monasterio de los Jerónimos y evitar a los gorrillas. De paso puedes ver el estadio de Os Belenenses, aquel equipo que fue el primero en perder en el Bernabéu.
Sinceramente, los Jerónimos son una auténtica pasada. Si tu visita es rápida, como lo fue la mía, no puedes dejar de visitar el Monumento de los Descubrimientos y la Torre de Belem, que despedían a los barcos al zarpar hacia el Atlántico. Lástima que yo me encontrara la Torre cerrada y sin agua en su foso, con un aspecto casi de abandono.

Por cierto, que en la plaza del Imperio está la Confitería Belem, que desde 1837 fabrica los famosos pasteles de Belem. Yo me puse las botas. Te aconsejo que no te los pierdas.


Y la cerveza del día que te aconsejo en Lisboa es la Sagres. Entra solita solita, y es bien barata en cualquier bareto.

Go West II: Elvas

Antes de nada, unos consejos para viajar a Portugal. Decir que, por una vez, los tópicos se hacen ciertos.

-El café portugés es... Mejor lo pruebas, luego repites, vuelves a repetir, y me cuentas.
-Allí no se conduce tan mal como cuentan. Eso sí, es cierto que, cuando adelantan en doble sentido, no se apartan, y tiene que hacerlo el que viene de frente. Yo no me lo creía hasta que lo vi.
-La comida que te ponen con una caña no es una tapa. Si la tocas, te la cobran (te sablan si eres guiri). Si no, no.
-Es cierto que la gasolina está más cara en el país vecino. Así que llena el depósito antes de Badajoz, que luego estás en Portugal sin darte cuenta.
-Salvo la gasolina, todo es más barato en Portugal. Es más barato comer, y basta con un plato, porque te lo llenan hasta los topes. También hospedarte (yo busqué hoteles a través de la página atrapalo.com y me salieron incluso más barato de lo que pedían en recepción). Y son más baratas las toallas, albornoces, etc. Los españoles solían ir a Elvas a comprar el ajuar, y ese fue nuestro primer destino lusitano.
Pues eso, que entramos a Portugal y, como buenos españolitos, paramos en Elvas.
Que no, que no íbamos a comprar toallas. Era mediodía, y nos habían recomendado que si queríamos comer bien y barato en Elvás lo hiciéramos en el Cristo, cerca del acueducto. Pero como era tarde, decidimos no mover más el coche y comer en el pueblo, y creo que nos equivocamos. Eso sí, el bacalao a la dourada, delicioso.
Y una vez comidos, ¿qué ver en Elvas? Repito, pasamos de compras. El pueblecito en sí es muy mono, como muy mediterráneo; blanco, con la ropa tendida de los balcones. Eso sí, en cuesta.
Llaman la atención según entras su fornida muralla y su extenso acueducto de Almoeira, del siglo XV, símbolo de la ciudad. Tiene ocho kilómetros, y mide cuarenta metros de altura.
Dentro del pueblo, me encantó su enorme plaza, donde me tomé mi primer café portugués. La iglesia es bonita. Me gustó sobre todo la capilla al lado del rollo. Cuando llegué al castillo, ya estaba cerrado.

Go West I: Trujillo



Sí, sí. Unos amigos me convencieron, y me fui unos diitas a Portugal, mu relajantes y mu bien aprovechaicos, la verdad.
Pero antes, decidí pasarme por Trujillo, ciudad extremeña que había visto muchas veces desde la carretera y tenía muy buena pinta. Decir que aunque la visita fue rápida, no decepcionó en absoluto.
Definitivamente, Trujillo es de esas ciudades que quiero visitar con mucho más tiempo.


Cuando llegué a Trujillo, la villa celebraba un mercadillo medieval muy vistoso a la sombra de la estatua ecuestre de Pizarro en su plaza Mayor.
En mi rápido recorrido (todo lo rápido que me dejan mis cortas piernas de cuerda), disfruté de su ámplio conjunto de iglesias, casonas solariegas y su castillo árabe califal. A destacar en la plaza la imponente iglesia de San Martín. No son menos impresionantes la de Santiago y la de Santa María la Mayor. Entre sus múltiples palacios, se encuentran los de los Duques de San Carlos y el Marquesado de las Piedras Albas. Y en lo más, el castillo. Me impresionó a mí la alberca vecina, hoy abandonada.
Trujillo tuvo en su día una importante judería. La ciudad aparece igualmente en la Ruta de los Conquistadores.