No sé, a ver cómo lo digo sin que parezca que tenga nada contra Calpe. Será que a mi dorada tez de madera no le gusta sólo la playa -y odio la sobreexplotación del litoral-, o que mis cortas patas no dieron para subir al peñón de Ifach, que es lo que yo quería. Quizás la culpa la tenga la visita en la víspera a Altea. Pero Calpe no me moló demasiado. Vale, sí, mucha playa, más o menos limpia, espacio para pasear sobre la arena al atardecer... Pero no me gustó demasiado el trato en el restaurante, y tuvimos que andar y andar para encontrar un cajero... El pueblo, dicen, tiene monumentos. Pero seamos realistas, es famoso por la playa. Y también por el peñón, parque natural que me quedé con ganas de visitar. Quizás de haber sido así, esta entrada hubiera sido bien distinta.
Blog de viajes. Nuestra mascota, la marioneta Pumuky, recorre el mundo, y aquí nos cuenta sus travesías y da algunos consejos.