En realidad, tiene varias playas. Pero a mí la que más me gusta es la de Alcalá del Júcar.
Alcalá del Júcar es un pequeño oasis pleno de maravillas en la sequedad de La Mancha. Es un pequeño pueblo en el que puedes hacer cosas como bañarte en la playa, visitar al Diablo, gozar de sus bares cuevas, ir al museo del cine, sentirte un caballero en su castillo o bordear su enorme bloque de piedra navegando en barcaza.
Tú vas por la Mancha, por pueblos como Fuentealbilla (sí el de Iniesta) y Casas Ibáñez, y no te puedes ni imaginar que la maravilla con la que te topas de pronto, al tomar una curva. Lo ves desde lo alto y a medida que te acercas por la carretera llena de curvas no puedes dejar de mirar este pequeño pueblecito blanco a los pies de su castillo, excavado en las rocas y a las orillas de un Júcar que pasa limpio y majestuoso. Yo aconsejo parar en alguno de sus miradores a hacer fotos, porque merece la pena. También es espectacular la vista desde el mesón El Mirador, arriba del todo. Y si las vistas de las casitas apiñadas es genialde día, no te la pierdas de noche, la iluminación es fantástica.
Me invitaron a Alcalá Xavi y Jualia. Los padres de él, Julia y Bartolomé, son los mejores anfitriones que he tenido en mi vida.
Decir que en Alcalá hay bastantes alojamientos, pero que suelen estar bastante llenos, porque está bastante cerca de Requena, y en general de Valencia, y lo invaden los valencianos cada fin de semana. ¡Cómo no van a acudir a esta maravilla! Hay muchas despedidas de solteros y de solteras. Bartolomé y yo bailamos con ellas y luego fuimos buenos y les recomendamos que fueran donde estaban ellos.
Empezamos si queréis por el castillo, inespugnable en su altura hasta que Alfonso VIII lo conquistó en 1213, fíjate, un año después de las Navas de Tolosa. El castillo está totalmente rehabilitado. Además de las visitas turísticas, sirve para hacer todo tipo de acto y de exposiciones. Nosotros nos encontramos con unos novios que se estaban haciendo fotos. Suerte que no me vieron, porque si no, seguro que se hubieran querido fotografiar con una marioneta tan guapa. Desde el castillo hay una vista espectacular del pueblo y de todo el valle. Incluida, la extraña plaza de toros excavada en la roca y de forma ovalada. A mí no me gustan los toros, pero reconozco que es una visión curiosa. También se ve la curiosa cúpula verde de la parroquia de San Andrés.
San Andrés está a los pies del río, al inicio de la empinada cuesta plena de gatos callejeros en la que empieza el pueblo. Pero si quieres, vámonos al río. Es claro y cantarín, y tiene buenas vistas al casco. Me encanta pasear por sus orillas, ver sus frondosas huertas, casi únicas en La Mancha, y acercarme al puente romano, que es el más antiguo de este río.
En verano es una pasada la playa artificial que hay en Alcalá, sobre todo, cuando baja mucho agua. Lástima que a veces se llene demasiado de valencianos, pero qué se le va a hacer, es bueno para la economía del pueblo.
Desde la playa salía la barca de Pedro. El último barquero del Júcar ha fallecido este año, y yo tube la suerte de conocerlo. Pedro tenía pinta de ser de esa buena gente que vive en La Mancha, muy amigo de sus amigos, callado y sabio. Nos dio una bonita vuelta con su barcaza en la que pudimos ver patitos siguiendo a su madre, la bonita vega del Júcar y, sobre todo, el promontorio calizo desgastado por el río sobre el que se asienta el pueblo. En realidad, cuando están en la barca, ves que son dos los promontorio, uno de ellos, roto, se desmigaja del más importante. Parece un satélite orbitando sobre su planeta. Desde la parte de atrás de la montaña, saludamos a los clientes de los bares. A los bares se entra por el otro lado. Lo que pasa es que, como muchas casas, han horadado por completo la montaña, como los enanos del Hobbit, para crear enormes habitaciones y llegar al otro lado.
El casco de Alcalá es estrecho y serpenteante, siempre en cuesta. Al andar por sus callejones, uno se siente observado. Si te fijas bien, está lleno de curiosos gatos, callejeros, sí, pero bien gordos. Nosotros estuvimos comprando allí carne de la tierra en una carnicería muy buena, y nos esperaban fuera, como pensando que se nos iba a caer algo. Las casas, absolutamente todas de blanco, parecen pequeñas, sí, pero seguro que se extienden por el interior del monte hasta saber dónde.
En el Casco destaco los dos preciosos restaurantes allí excavados. Son las cuevas del Diablo y de Masagó. No sabría con cuál quedarme. Son enormes restaurantes que se entienden metros y metros dentro de la montaña, con todo tipo de servicios, incluidos discotecas. Ambos son una especie de museo de lo kirtch, donde te puedes encontrar absolutamente de todo. En Masagó me sorprendió a la salida una cascada interna bajo las escaleras, donde la gente tiraba monedas. Por cierto, que Rosa nos trató genial y me hizo fotos. Si vas a Alcalá, intenta conocer al Diablo. Es una de las personas más curiosas con las que he conversado, todo un genio manchego. A la entrada de su cueva tiene un museo del cine, del cine, por darle un nombre, porque también hay de todo, de todo un tanto kirch. A mí me dio mucha penita el toro disecado.
Si me preguntáis dónde comer en Alcalá del Júcar, os diré que no tengo ni idea, porque Julia y Bartolomé nos agasajaron tanto, que no cenamos más que una noche en unas cuevas. Sí he observado que hay niños en ocasiones pescando cangrejos de río, que ellos mismos capan con maestría, y luego le venden a los bares de cerca del río. Así que ya sabéis, si no os importa pringaros los dedos de tomate, probad los cangrejos. Aunque ya que estáis en Albacete, si sois de buen comer, no os perdáis el gazpacho manchego y el atascaburras, regado, claro, con un vinito de la tierra.
Por ciento, que ya que estás por Alcalá, merece la pena, si tienes un ratito, acercarte a Jorquera, tanto por el viaje, como por el pueblo en sí. Pero como diría el cronista de Conan, esa es otra historia.
No quiero despedirme de Alcalá sin acordarme de mis amigos del pueblo, Matilde, Juli, Andrés y Ginés padre y Ginés hijo, además de Bartolomé y Julia.