Cuando alguien me pregunta por qué me enamoré de Suiza, le hablo de Thun. Es un pueblecito de cuentos de hadas, muy cerca de Berna. De echo, porque no me dejaron, porque yo quería haber bajado nadando por el río Aare, que llega allí y se bifurca creando islas de ensueño...
En una ciudad así, fue inevitable que me convirtiera en caballero y viviera grandes aventuras, como las de Don Quijote. Fue en precioso castillo de Thum, al que llegué, como Indiana Jones, bajo tierra, jejeje.
Allí tuve un precioso caballo Clavileño, y salvé de las garras de un malvado oso a mis queridas compañeras de viaje. Eso sí, recorrí todas sus estancias, y no encontré princesa (jeje, estaba en Moscú).
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