Legamos a Campillo de Ranas ya tarde. Íbamos preocupados por la gente de la casa rural La Era de la Tía Donata. Aunque María, la dueña, una chica muy simpática, nos había dicho que no nos preocupáramos, que en el pueblo estaban de fiesta, y si no estaban allí, les teníamos que buscar en las pistas de baloncesto, donde estaban echando unos partidos. Ni que decir tiene, claro, que no hay cobertura en el pueblo. Nosotros aprovechamos para dar un rápido paseo por la localidad. Era más grande que El Espinar, y nos gustó muchísimo. Como los demás pueblos del entorno, Campillo es una preciosa muestra de arquitectura negra, con todas sus casa, calles y tapias de pizarra. Pero también tiene algo más. Campillo es acogedor. Tiene vida, tiene familias, tiene niños jugando al baloncesto y gente muy sana, desde los vecinos de toda la vida, a los que lo han dejado todo y se han ido a vivir a este paraíso en la montaña. Eran fiestas, había baile, bares abiertos (lo cual era una novedad es...