

Évora en sí es una pequeña ciudad que ha ido aglutinando obras de arte a lo largo de los tiempos. Me encantó la el templo romano de Artemisa, que conserva una docena de columnas con mármol de Estremoz. Desde la misma plaza del Conde Villa Flor puedes ver a lo lejos la impresionante silueta de la catedral romano-gótica. Sin moverte del sitio, puedes encontrar varios museos y hasta la biblioteca. También hay preciosas vistas del pueblecito con sus casas blancas.
Si andas un poco, puedes encontrar el inicio del acueducto del siglo XVI.

Además, me gustaron la iglesia de Gracia y el convento de San Francisco (me quedé con ganas de ver la capilla dos ossos, decorada con cientos de tíbias y calaberas), que me pillaban de paso entre el hotel y la plaza de Giraldo, muy típica...
La muralla de Évora es impresionante. Lástima que la estropeen con luminosos orteras. Y fuera de la muralla, por todos lados, me sorprendió el número de aparcamientos disuasorios que existe.
En el exterior, destacar el conjunto megalítico de los Almendres, y otros pueblos del Alentejo, como Estremoz.

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