Viaje a la Alcarria III: Brihuega

"Desde el atajo, Brihuega tiene muy buen aire, con sus murallas y la vieja fábrica de paños, grande y redonda como una plaza de toros. Por detrás del pueblo corre el Tajuña, con sus orillas frondosas y su vega verde.

Brihuega tiene un color gris azulado, como de humo de cigarro puro. Parece una ciudad antigua, con mucha piedra, con casas bien construidas y árboles corpulentos. La decoración ha cambiado de repente, parece como si se hubiera descorrido el telón"





Cuando, años después, Pumuky Viajero lee la descripción que Cela hace de Brihuega, recuerda perfectamente aquella tarde en el pueblo, entre hojas caídas, tumbas y piedras. La marioneta se siente bicho raro (en realidad lo es, hecha de madera y lana) porque le gustan las letras del de Iria Flavia. Aunque su estilo se distingue precisamente por sus descripciones, con dos frases describe perfectamente el pueblo.
Así pues, con Brihuega ya retratada, este Viajero, Pumuky, intentará recordar sus experiencias de hace seis años.
Pumuky Viajero llega a Brihuega también por un atajo, es este caso el que suponen las ruedas del 206 de su amigo Justo. No lo ha comentado hasta ahora, pero son siete en la excursión. Desde Toledo lo acompañan tiita Eva, Palomita (ella en realidad es de la tierra, es decir de la Alcarria) y Carlos. En Guadalajara se juntan con Marina y Lorena, que vienen de la lejana Barcelona.
El grupo llega al pueblo para comer, rebotado de restaurantes llenos en el camino. No le importa. Tras un menú abundante y pesado (qué rico todo y qué contundente), comienza la visita al pueblo.
Lo hace como Cela, por el norte, por la puerta de la Cadena.
Leyendo Viaje a la Alcarria, Pumuky pensó que aquella placa de la puerta de la Cadena que copió el viajero con tanto esmero tiene que estar en el suelo, y piensa en hacerse una foto con ella. ¡Nada más lejos de la realidad! Aquella lápida centenaria está situada sobre la puerta, a varios metros de altura, y Pumuky sólo puede observarla de lejos... ¡Vaya vista que tenía Cela para observarla tan bien!
Brihuega es una bonita villa medieval, con mucha piedra y mucho caserón, y una enorme paz. Dentro del pueblo, Pumuky cree reconocer a Merche, aquella joven protestona que primero sirve a don Camilo y que después está lavando la ropa en el agua corriente. Quizás sea, por edad podría, aquella señora mayor que se acerca a la fuente de los Doce Caños a lavar también algo, y a la que Eva le hace un robado.
Pumuky no sabe bien si cuando Camilo José Cela ironiza con aquello de que "había que ver el pueblo antes de la aviación" lo hace crítico de verdad o es que sabe apreciar la belleza de lo decrépito. Pumuky recorre Brihuega con poco tiempo, porque a finales de otoño las horas de tarde son cortas. Lo hace pateando hojas caídas, cruzándose con gente mayor, visitando su fábrica de paños cerrada e incluso su bonito cementerio. Y todo aquello le parece salido de un libro romántico. Se deja llevar por la belleza del sitio y por la bondad de los amigos. Se abandona a las fotos y piensa que le da igual que Brihuega fuera mejor antes de la aviación. Le gusta como es, decrépito y otoñal, con piedras y con tumbas.
También es cierto que no se encuentra con Julio Vacas, ni con nadie parecido. Seguro que se habría pensado que Pumuky es un gran jeque moro... ¿por qué no?
Pumuky, decíamos, entra a Brihuega, como Cela, por la puerta de las Cadenas. Anda entre fotos por la calle Cadena y se para a observar la preciosa fuente de los Doce Caños entre la calle Atienza y el portal de Céspedes. Desconoce entonces que la puerta es parte de una antigua muralla árabe, que se concluyó en el siglo XII. La fuente tiene tres pilones: uno para lavar la ropa, otro para el aclarado y un tercero para cacharros. Fue casi destruida en la Guerra y reconstruida.
De las cuevas árabes, sólo ven la entrada. En su romántico recorrido, el grupo de viajeros continúa por el arco de la Guía, la plaza de toros conocida como 'La Muralla' o la preciosa iglesia de San Felipe, de transición entre el romántico y el gótico. Pero sobre todo se dejan enamorar del prado de Santa María, un lugar precioso, entre la fuente, el castillo y las hojas en el suelo. Se pierden entre fotos y momentos de relax, para rodear el castillo.
Un castillo con capilla que no es otra cosa que el cementerio municipal. Y como fortaleza que se precie tiene su leyenda, la de la joven Elima que, asesinada, tiñe de bermeja cada 15 de agosto la peña sobre la que se elevan estos muros.
Y junto al castillo, la iglesia de Santa María de la Peña, preciosa por sus vistas. Ver anochecer hacia el Tajuña es todo un espectáculo. Sólo por eso, merece la pena el viaje a la Alcarria.
Pasado el mirador, nuestros aventureros se internan, ahora sí, en el castillo, es decir, en el cementerio municipal. Extraño lugar para pasar la caída de la tarde, sobre todo en un día de otoño. A Bécquer le habría encantado el momento.
Como el señor Cela, la visita de estos intrépidos viajeros, antes de seguir hacia el Tajo, termina la visita en la fábrica de paños. En realidad, es la Real Fábrica de Paños, fundada por Fernando VI en 1750. Redonda, como una plaza de toros, es un bonito ejemplo, entre ruinas, de la arquitectura industrial española del siglo XVIII. Pasó por diversos avatares y problemas durante las guerras, y ahora su interior está en manos privadas.
Caída ya la noche, los jóvenes viajeros apenas pueden disfrutar de la fábrica más allá de una visita por unos jardines, que están al menos tan solitarios como describiera el Nobel.

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