Viaje a la Alcarria: la leyenda de La Fuente de Oro de Cifuentes

Con muchas ganas se quedó Pumuky Viajero en Cifuentes de conocer la leyenda de la Fuente de Oro de la que habla Cela en el Viaje a la Alcarria. Estuvo investigando, pero nada, que no la encontró por ningún lado, ni le supieron dar noticia de ella en el pueblo... hasta que José Luis Poza leyó su entrada y le echó una mano.
Cuenta el amigo José Luis que desde que encontró la entrada en el blog tuvo una espinita clavada, que ha sabido sacarse, a juicio de esta marioneta, con matrícula de honor.
No le extraña, en realidad que nadie le haya hablado al bloguero de la famosa "Fuente del Oro". José Luis se acordaba de haber leído algo sobre ella pero quería encontrar el libro y contar la bonita historia.
Y lo hizo. Nos cuenta que la misma se publica en "Leyendas y relatos de Cifuentes" y pertenece a Luis Viejo Montolío que es su autor. Os dejo el resumen que José Luis nos ha hecho de la leyenda, con la idea de no cansarnos mucho, pero a la vez "satisfacer tu ansia viva de conocer historias antiguas":
La Fuente del Oro se encuentra en las estribaciones del cerro de San Cristóbal en Cifuentes. El aire está perfumado por espliegos abundantes; romero y pino, mejorana y cantueso se armonizan para un concierto de fragancias inéditas. Hallar la fuentecilla es un respiro para el caminante que ha de aventurarse por un camino de cabras, entre matorrales y lentiscos.
    Nos situamos en plena Edad Media y en una villa todavía no reconquistada en la que convivían cristianos viejos, musulmanes y judíos. Sobre todo judíos, que ha pasado a ser el apelativo con el que se identifican los hijos del pueblo 'los judíos'.
    Nuestra leyenda conoce a un judío, al que llamaremos Samuel, que se asienta en un tugurio adosado a una de las múltiples cuevas que horadan la Cuesta del Castillo y que guardaban la humedad para los vinos que envejecían.....
    Samuel ofrecía múltiples elementos para el trabajo de artesanos, amén de baratijas para cautivar con oropel a mujeres y doncellas. El hecho es que Samuel había logrado un caudal de oro que atesoraba codiciosamente en lo más profundo de su cueva, adosada al chamizo que cerraba con mil cadenas y cerrojos cada vez que salía con sigilo.
    Era noche cualquiera. En el Barrio Nuevo hace incursión un gato negro que invoca en aullidos alarmantes al silencio de la luna llena reflejada en el río y al embrujo de las sombras en danzas macabras. Samuel había encendido una tea que iluminó escasamente las profundidades de la cueva hasta dentro y más adentro... contó los saquetes con monedas de oro, ochenta, cien, cuatrocientas. Luego las recontaba, y vuelta a contarlas... Así saciaba su sed incontenible de tener por tener, porque Samuel vivía como un pordiosero. Esta noche, entre los saquetes detrás de la última tinaja de la cueva, le saltó a la cara una rata que desapareció como una exhalación perseguida y burlona de su inquilino, cuya cena de pan duro y bacalao fue a parar al cubil secreto del roedor.
    De repente oye Samuel una algarabía extraña, salió hasta la puerta de su antro, se abrió paso azotando al mulo que cobijaba siempre junto a sí y con la tea en una mano y una estaca en la otra,  abrió el portón y vio y oyó: toda la villa estaba alarmada, las mesnadas del Cid Campeador se habían apoderado del pueblo, no habían llegado a las cavillas y entonces Samuel lo pensó y decidió: huir, huir por las laderas del cerro de San Cristóbal hacia Canredondo llevándose en el serón del mulo sus saquetes, su oro. 
    Y cargó el mulo. Aún le dio tiempo para descender hasta el río y cortar unos juncos para disimular el cargamento. Recogió unas sardinas rancias para el camino y una hogaza de pan que había comprado hacía mas de un mes. De los trapos con que se cubría cada noche en el cubil, preparó a modo de zancas para atar en los cascos de las cuatro patas del mulo para que nadie oyera nada. Salió. La noche negó la luz de la luna. Desde 'La Nevera' habían llegado las huestes hasta la plaza, donde encendieron una enorme hoguera para cantar y alegrarse con el pueblo mientras la luz de las llamas arrojaba mil siluetas jocosas saltando al unísono rascar de violas, almireces y zampoñas regadas con el buen vino de los cristianos. No había morisma, no había resistencia; Cifuentes estaba reconquistado.
    Salió Samuel con su mulo y cargamento. Un villano cifontino corrió hasta las tinajas de su cueva para ofrecer su vino a las mesnadas. Y... en el suelo ve y recoge una moneda de oro. En dirección hacia la 'Cueva del Beato' advierte otra y otra moneda, un reguero incesante, ininterrumpido. No muy lejos ve al judío con el mulo y el villano adivina la carga y la huida. Cautelosamente se sitúa a distancia y va recogiendo las monedas hasta llenarse los bolsillos. Andando que te andarás, tras un carrascal, observa que el judío se guarece bajo la visera de una roca desde donde se ve iluminado el centro de la villa por la gran hoguera. Se oyen las músicas y repara en el rostro desencajado del judío Samuel, detenido para acariciar su presa. Al sacar el primer saquete lo nota casi vacío. Lo toca una y otra vez, repara en los orificios del roedor que le saltó aquella noche, saca otro y otro saquete que evidencian el descalabro.
    ¿Estarán las monedas en el fondo del serón? Lo descabalga y palpa los efectos del roedor también en las alforjas. Gesticula, prorrumpe en expresiones groseras, deleznables. Se mesa la barba y el cabello, se tira al suelo desesperado; ¿cómo volverse a recoger monedas si no se ve en la noche que es espesa?
    El villano ahoga su aliento y observa. El judío se dispone a recontar una vez más lo poco que ha quedado de su valiosa carga. ¿Estará ocultando, sepultando su tesoro, el que le queda, para venir a recogerlo otro día? ¿Continuará su camino? ¿Adónde se encamina?
    Partió el judío hacia la 'Cueva del Beato'. Empezaba a amanecer, las primeras luces se adueñaban del paisaje mientras se divisaban caravanas de musulmanes que, sin duda, buscaban buen recaudo, en lejanía de las huestes cristianas.
    A los primeros resplandores del alba se precipitó el villano en el rellano en donde se había refugiado, antes de partir, el avaro judío de nuestro relato.
    Con no menos codicia que nuestro protagonista, se precipitó y con sus manos y alguna rama que encontró, arañó, cavó, hizo un boquete buscando el tesoro escondido que el imaginaba. Nada, no encontró nada. Hundió sus manos de arena en los bolsillos cargados de monedas y se dejó caer descorazonado acariciando su valiosa presa.
    El villano abrió sus ojos desmesurados cuando, al contemplar el hoyo que había cavado, observó el pequeño manantial que brotaba; lo llamó la "Fuente del Oro". 
    ¿Será éste el origen de esta fuente, una de las cien fuentes que da nombre a este bonito pueblo?
    Al beso del primer rayo de sol quedó dormido en el suelo y soñó que don Juan Manuel, el autor del "Libro de los enxiemplos", le estaba recriminando, dormido como estaba con las manos en los bolsillos rezumando monedas de oro, mientras vino a despertarle y le decía: 
 
'Con tu esfuerzo tras el oro
has encontrado el tesoro
de estas aguas cifontinas;
reflexiona y adivina
si no es para ti desdoro
apropiarte lo del moro
o judío, en la esquina
por codicia dura y fina...'
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